A veces estás en un espacio de coworking y hay algo que no acaba de funcionar. Pero no sabes lo que es. Nada estridente. Simplemente la gente no colabora en proyectos conjuntos, cuando se organiza un evento hay poca participación, se van y hay mucha rotación en los lugares de trabajo, e incluso a veces surgen tensiones que no sabes de dónde vienen. Se te pasan las ganas de hacer un café y ni siquiera sabes el porqué.
Es una situación más habitual en empresas tradicionales que en espacios de coworking, pero que también puede pasar. Y es difícil para un coworker resolverlo, pero conocer el origen del problema es el primer paso.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que es diferente que las personas compartan un espacio y que colaboren.
¿Cuál es la razón de ser del espacio de coworking?
Hay dos formas de plantear el espacio. Si el coworking es un negocio, es decir, se alquilan espacios de trabajo, tendremos personas que alquilan espacios, los pagan, y cuando encuentran algo mejor o ya no lo necesitan, se van.
Pero un espacio de coworking tendría que ser mucho más. Tendría que crear relaciones a medio y largo plazo (después veremos cómo y por qué).
Es el mismo problema que en las empresas tradicionales, cuando tienen mucha rotación y fugas de talento. No es culpa de la posición de los astros ni de la contaminación lumínica de Kioto. Es porque no hay ninguna implicación con el espacio o la empresa más allá de la relación contractual.
Si se busca el beneficio inmediato o hacer negocio, no es un espacio de coworking. Por lo tanto, no habrá comunidad.
Las relaciones se tienen que merecer. Se tienen que ganar
El coworking es una filosofía. Como la cerveza Moritz. La marca catalana no vende cerveza. Vende una cultura, una forma de ver la vida. En el coworking no se alquilan espacios, se buscan filosofías de trabajo. Hay que averiguar lo que quiere la gente, ya que cada espacio y cada comunidad son diferentes. Para eso lo mejor es preguntar.
Pero sobre todo, hay que tener presente que las relaciones necesitan un esfuerzo. Se tienen que trabajar. Y se tienen que merecer. No se pueden forzar ni imponer. Así que nada de exclusividades en el espacio. Las relaciones tienen que fluir. Y esto solo pasa si las personas que gestionan el espacio, y los diferentes coworkers, aportan valor.
Construir una comunidad es mucho más que juntar personas.
Los tres ingredientes necesarios en una comunidad
Alex Hillman, en su blog Dangerously Awesome, acierta de lleno en los tres ingredientes para tener una comunidad.
- Participación. Este factor es el que hace que los dos siguientes cristalicen. Para conseguir participación, hay que crear ocasiones para que la gente participe, medir la participación y analizar qué estamos haciendo mal si no funcionan.
- Relaciones. Las relaciones se construyen a partir de una comunicación activa. Hay que trabajar la red del coworking como una red de networking, aportando valor. Las relaciones aumentan el sentido de pertenencia y son la base de la colaboración.
- Empatía. En un espacio de trabajo es normal que surjan desavenencias y malentendidos. Lo que importa es cómo los resolvemos, si somos capaces de ponernos en la piel de la otra persona, no tener razón y punto. La empatía nos da perspectiva y comprensión de la dimensión real de los problemas.
¿Por qué tenemos que hacer todo esto? ¿Vale la pena el esfuerzo?
No nos engañemos, construir una comunidad requiere tiempo, esfuerzo y perseverancia. ¿Realmente compensa? La respuesta es un «sí, sin duda». Por tres motivos:
- La rotación nos perjudica. La búsqueda constante de personas y empresas para ocupar los sitios que quedan libres no es rentable. No permite que se creen relaciones y sinergias entre trabajadores y empresas.
- Si tenemos una comunidad, se crean sinergias, se genera negocio y se aporta valor. Si no, no.
- Nuestros coworkers son nuestros mejores prescriptores. Y hacen que el espacio y los negocios crezcan de forma natural.
Al fin y al cabo, el espacio es una herramienta, la comunidad son las personas.